Por un momento imaginé un espacio inconcluso aquí dentro. Un espacio quebrantado por el llanto y la soledad. Un leve sabor salado en los labios que me genera rechazo, y una cortada ardiente en el brazo. Por un momento me creí desolada, perdida en un recuerdo, en un cálido verano lleno de abrazos y consuelos. Me sentí esclava, adicta, sometida a un por venir neutro, sin caricias ni risas contagiosas, sin un mundo fantasioso ni una mano que acompañe, sin placeres silenciosos ni miradas perdidas. Básicamente esclava de tus agobiantes pasos, adicta a tu persuasivo perfume y sometida a un silencio rotundo. Sólo intento recordar tu voz sonando delicadamente en mi cabeza, no voy a soltar los recuerdos tan fácilmente, ni a desprenderme de tu piel sin el más mínimo dolor. Ese triste pensamiento desalienta a los más débiles, los destruye moralmente, empezando por debastarlos y herir en la parte más frágil del corazón...aquella donde prevalecen los besos y el cariño.
Eso era exactamente lo que temía perder, y en un segundo intenté imaginarlo, lo sentí como si fuese casi real, algo cruel, destructivo y lleno de miedo. Logré experimentar un dolor exótico, mi mente no está preparada para soportar siertas pérdidas ni mucho menos la angustia insufrible. Todavía practico el llanto de las noches melancólicas del futuro, y las muecas de las sonrisas pasajeras. Apenas estoy en el tramo inicial de la alegría, y ya le temo al abismo de la tristeza.
Necesito una sombra, una compañía, una bienvenida en cada trecho, un beso de buenos días, un susurro de buenas noches, una presencia cautivante, una sonrisa estremecedora, un consejo incondicional, un elogio culminante, una mano firme, un saludo motivante, una despedida inigualable, un amor correspondido.
Le temo al adiós para siempre, no podría borrarte ni con una lluvia torrencial, las cosas no siempre son así de sencillas. Tu nombre hace que cada día una sonrisa nueva forezca y brille. Tu cuerpo hace que todas aquellas maravillas sean reales. Tu mente hace que mi voluntad se rinda.
Vos hacés que la introducción de mi historia de vida se resuma a escasas palabras:

Fui víctima de las grandes jugadas de la mente enamorada.
 
Fuí aprendiz de tu grandeza y víctima de tu sinceridad.




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